Discurso pronunciado la noche del 26 de mayo de 2010 durante la inauguración del Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo
Con la inauguración del Centro Cultural, que hoy lleva el nombre de mi padre, concluyó la tarea de extender la red de megabibliotecas a los cuatro puntos cardinales de la ciudad. La nueva biblioteca, la del noroccidente, que sirve a un millón y medio de bogotanos, muchos de ellos de barrios muy pobres del sector, cuenta además con dos teatros: uno con capacidad para 1.332 personas y otro para 363, ambos con especificaciones técnicas de talla mundial.
La visión de ciudad, planteada inicialmente por el ex alcalde Enrique Peñalosa, hace diferente a Bogotá; pero lo que diferencia al Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo de los demás no son solo sus teatros, es su carácter.
Era difícil imaginar esta obra el día en que pusimos la primera piedra. Teníamos diseños, bocetos y dibujos, en los que se reflejaba el sueño del arquitecto Daniel Bermúdez y lo que esperábamos de él. Seguimos de cerca el avance de la construcción, la lucha del arquitecto y los constructores, de los representantes de la Alcaldía Mayor y de nuestros asesores, y estuvimos presentes en los centenares de comités de obra que se llevaron a cabo, mientras se hacía realidad lo que años atrás había sido apenas un sueño.
Varias veces acompañé a Daniel Bermúdez en su trabajo diario. Con él subí y bajé por andamios, imaginé paredes, salones, escenarios, corredores, donde apenas había un par de ladrillos, y lo escuché explicar su idea: la búsqueda de elementos de diseño y construcción que no solo le entregaran a la ciudad espacios de lectura o de cultura, sino también una puerta a la belleza arquitectónica.
Con el Centro Cultural se logró ese cometido de maneras diversas: la terraza de acceso, que suaviza el paso hacia la biblioteca, los colores del concreto que diferencian a los teatros de la biblioteca, y los aspectos que mejoran la vida de la gente: la luz natural en la sala de lectura, los espacios abiertos y generosos, los teatros con la tecnología adecuada y el parquet que rodea al edificio para acercarlo a sus vecinos. El Centro Cultural cobró así vida propia y adquirió carácter.
Daniel Bermúdez tenía ya su lugar en la historia de la arquitectura colombiana cuando mis padres lo buscaron para que diseñara la cuarta megabiblioteca, construida con recursos de la familia y con el aporte del lote por parte del Distrito Capital; pero quien observa el Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo sabe que él tiene ahora, en esta obra, su momento culminante. Los bogotanos en particular y los colombianos en general estaremos siempre agradecidos con Daniel Bermúdez porque esta obra monumental engrandece a la ciudad y enriquece todos los días a millones de personas.